El muerto y el degollado

Leyendo el diario Clarín de hoy, me encuentro con la carta de un lector que se asombra de las condiciones de vida en la Argentina.

Juan Gómez Povina vive en Miami, Estados Unidos de Norteamérica.

Opina desde lejos y mal

Así se vio la carta en el diario:

y aquí la carta online.

Quisiera responderle haciendo una referencia al título de este post.

Este es un claro caso en el que el muerto se ríe del degollado.

Se asombra de la poca moral que hay en la Argentina. Se espanta de que se le tiren piedras a la policía. Y remata su asombro hablando de derechos humanos.

Cuando alguien pierde el contacto con lo cotidiano, suele ser catalogado en este país de vivir en un frasquito.

Por lo menos a través del vidrio algo se puede ver. Este muchacho vive en una lata de duraznos y para más, enterrada.

¿No se dio cuenta en qué país vive él?

Le voy a dar unas pistas para que vaya dándose una idea:
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Trabajar a destajo

Yo puedo hablar de lo que significa trabajar a un ritmo de locos.

En alguna oportunidad tuve más de un trabajo.

Algunas veces de diferente tipo.

Lamentablemente, bastante tiempo, el mismo en más de un lugar.

Yo fui graboverificador.

Para los que no saben qué significa, paso a explicarles:

Antes de los códigos de barra, los datos se cargaban en las computadoras a mano, uno por uno.

En los comienzos, se cargaba la información en tarjetas que se perforaban y que se podían almacenar, para que, en caso de ser necesario, otra máquina las leyera.

El ruido de las perforadoras de tarjetas, perforaba también los tímpanos y te inflaba los timbales. Por suerte nunca trabajé con ese tipo de soporte.

No era un método muy rápido, pero superaba a cualquier secretaria en tiempo y confiabilidad, si hablamos de los datos.

Luego hizo su aparición el soporte magnético portátil: el diskette.

En un principio, estos discos «portátiles» tenían 8 pulgadas, unos 20 cm.

Se dividían en sectores (algo así como porciones de una torta) que a su vez se dividían en 73 pistas +o- (anillos concéntricos) de 128 bytes.

Si la memoria no me falla, se podían grabar 24 pistas.

Todos los «grabos» adorábamos trabajar con las IBM 3742, enormes estaciones de trabajo de unos 2 metros de ancho con dos teclados maravillosamente sensibles y cómodos.

Aquí en Argentina se pedían «por lo menos» 10.000 digitaciones por hora. En muchos lugares, se exigían 12.000 (usando el teclado numérico), lo que daba entre 2,7 y 3,3 teclas por segundo.
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