Historia antigua –sólo de computadoras-

Este post tiene la finalidad de contar algo sobre las computadoras antiguas y que podamos divertirnos un rato con una parodia de 2001, una odisea en el espacio de Arthur C. Clarke.

Los más viejos de los usuarios de computadoras, muchas veces nos olvidamos lo que fue la historia antigua de la computación.
Para comunicarnos con el mundo a través de BBSs, porque no existía la web como ahora, usábamos la conexión telefónica y en mi caso un módem V.32 que transmitía a una extraordinaria velocidad de 9.600 bits por segundo. Para los que no saben mucho del tema, les cuento que un bit es «el acrónimo Binary digit (‘dígito binario’). Un bit es un dígito del sistema de numeración binario. Las unidades de almacenamiento tienen por símbolo bit» Lo enconmillado está extraído de la wikipedia.
Ahora bien, con un bit no hacíamos nada; para tener un número, un caracter o un símbolo del teclado, necesitábamos juntar 8 para hacer un byte.
Ahora piensen que si dividimos la velocidad 9.600 bits por 8 para hacer bytes, nos da la increíble velocidad de más o menos 1k por segundo.
Para transferir vía módem un archivo de un mega, necesitaríamos 1.000 segundos, o sea, algo más de un cuarto de hora.
Es evidente que haciendo señales de humo, los indios se comunicaban más rápido que nosotros.

En cuanto a las computadoras, empecé con una Commodore 128, que vendí para comprarme una PC XT 286. Luego cuando salió la 386, por supuesto que me compré una. La siguiente versión fue una 486 que armé yo mismo comprando por distintos lugares -por una cuestión de precios- los diferentes componentes.
Luego, el gran salto: Intel anunció el procesador Pentium.
Inmediatamente salí a comprarme uno para instalarlo en mi fiel 486, pero Sigue leyendo

Mejor no saber dónde está el piloto

En el año 1980 se estrena el film Airplane!, que en los países de habla hispana se presenta como ¿Y dónde está el piloto?

Una disparatada comedia que en gran parte transcurre a bordo de un avión en vuelo, en donde se generan situaciones absolutamente ridículas.

Todos los que disfrutamos de esa película, sabemos que podemos tomar un avión confiando en que el personal de abordo es absolutamente normal…

Pero imagínenese por un momento que la cosa no es tan así.

¿Cómo se sentirían si vieran algo que les hiciera sentir como en esa comedia escrita por Jim Abrahams y David Zucker?

Les doy una ayudita:


Click en la foto la amplía.

Más de uno quedaría al borde del infarto.

Es como para reirse un rato, pero imagino a ninguno de nosotros nos hubiera causado gracia estar ahí en ese momento.

Para los que creen que algo así es raro que pase, piensen que podría haber sido de otra manera:


Click en la foto la amplía.
Si quieren ver la fuente, es Página 12, y el enlace éste.

Historia en tándem – Historia hilarante

Muchas veces recibimos mails de amigos y conocidos que adjuntan PPSs, videos, textos y fotos que consideran divertidos, inspiracionales o lo que sea.

Muchas veces también, van a parar al olvido o son eliminados.

De tanto en tanto nos llegan cosas que nos gustan de verdad. Lamentablemente no sé de dónde vino el texto que les dejo a continuación, lo único que puedo asegurarles es que para la mayoría va a ser divertido.

Recordáis el libro «Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus»?
Un profesor de lengua inglesa que trabaja en una universidad americana nos ofrece este excelente ejemplo. «Hoy vamos a experimentar con una nueva forma llamada «historia en tándem».

El proceso es simple. Cada persona se emparejará con la persona que se sienta a su lado. Uno de ellos escribirá entonces el primer párrafo de una historia corta. Su compañero leerá ese primer párrafo y añadirá un segundo párrafo a la historia. Después, la primera persona añadirá el tercer párrafo y así sucesivamente. Recordad releer lo que se ha escrito cada vez para mantener la coherencia de la historia. Está absolutamente prohibido hablar; la única comunicación entre ambos miembros de la pareja la constituye lo que hay escrito en el papel.
La historia termina cuando ambos estén de acuerdo en que lo ha hecho.»

Esto que sigue lo presentaron dos de mis alumnos de lengua: Rebecca y Gary (no voy a poner sus apellidos).

HISTORIA:

(primer párrafo, por Rebecca)
Al principio, Laurie no podía decidir qué tipo de té quería.
La camomila, que solía ser su favorita para las perezosas tardes en casa, ahora le recordaba demasiado a Carl, quien una vez, en tiempos mejores, dijo que le gustaba la camomila. Pero necesitaba mantener a Carl fuera de su mente a toda costa. Su posesividad era sofocante y, si pensaba demasiado en él, volvía a tener ataques de asma. Así que la camomila quedaba descartada.

(segundo párrafo, por Gary)
Mientras tanto, el sargento Carl Harris, jefe del escuadrón de ataque en órbita sobre Skylon 4, tenía cosas más importantes en que pensar que las neuras de una cabeza hueca asmática con la que había pasado una sudorosa noche hacía más de un año.
«Sargento Harris a Geoestación 17», dijo en su comunicador transgaláctico. «Órbita polar establecida. Por el momento, sin signos de resistencia…» Pero antes de que pudiera cortar, un rayo de partículas azulado surgió de la nada, haciendo un agujero en la bodega de su nave. La sacudida causada por el impacto le proyectó a través de la cabina.

(Rebecca)
Se golpeó en la cabeza y murió casi instantáneamente, no sin antes sentir un último remordimiento por haber tratado tan mal a la única mujer que había sentido algo por él. Poco más tarde, la Tierra cesó sus fútiles hostilidades contra los pacíficos granjeros de Skylon 4.
«El Congreso ha aprobado una ley para abolir permanentemente la guerra y los viajes espaciales», leyó Laurie una mañana en el periódico.
La noticia la estimuló y aburrió a un tiempo. Miró por la ventana, soñando con su juventud, cuando los días pasaban lentos y despreocupados, sin periódicos que leer, ni televisión que la distrajera de esa sensación de asombro inocente ante todas las maravillas que descubría a su alrededor. «¿Por qué hemos de perder nuestra inocencia para convertirnos en mujeres?», se preguntó melancólicamente.

(Gary)
No sospechaba que le quedaban menos de 10 segundos de vida. A miles de kilómetros sobre la ciudad, la nave nodriza Anu’udriana lanzó el primero de sus misiles de fusión de litio. Los estúpidos pacifistas que hicieron que el Congreso aprobara el Tratado Unilateral de Desarme Aeroespacial habían convertido la Tierra en un blanco indefenso para los imperios hostiles alienígenas que habían determinado destruir la raza humana. Dos horas después de la aprobación del tratado, las naves Anu’udrianas se dirigían a la Tierra con suficiente armamento para pulverizar el planeta entero. Sin nadie que les detuviera, iniciaron de inmediato su diabólico plan. El misil de fusión de litio entró en la atmósfera sin oposición. El Presidente, en su cuartel general secreto submarino junto a la costa de Guam, sintió la tremenda explosión que desintegró a la pobre tonta de Laurie, junto con otros 85 millones de americanos. El Presidente dio un puñetazo en la mesa de conferencias. «¡No podemos consentir esto! ¡Voy a vetar el tratado! ¡Vamos a borrarlos de nuestro cielo!»

(Rebecca)
Esto es absurdo. Me niego a continuar este simulacro de literatura. Mi compañero de escritura es un adolescente semi-analfabeto, violento chauvinista.

(Gary)
¿Ah, sí? Pues tú eres una neurótica aburrida y ególatra, cuyos intentos de escritura son el equivalente literario del Valium.
«¡Oh! ¿Me tomaré un té de camomila? ¿O debería tomarme algún otro PUTO TÉ?
Oh, no, sólo soy una descerebrada que ha leído demasiadas novelas de Danielle Steele.»

(Rebecca)
Gilipollas.

(Gary)
Zorra.

(Rebecca)
¡CABRÓN!

(Gary)
Guarra.

(Rebecca)
¡QUE TE DEN POR EL CULO, NEANDERTHAL!

(Gary)
Anda y tómate un té, puta.

(Profesor)
10. Me ha encantado.

Cómo ser una figura destacada en ballet

Todos sabemos que para que un bailarín clásico coseche aplausos y ovaciones, deberá dedicar toda su vida al aprendizaje de la danza.

Sin embargo, existen otros caminos…

Aquí les dejo un ejemplo de alguien que llegó a tener el reconocimiento del público, aunque imagino que esa fue su última participación sobre las tablas.

¡Bravo!

¡Maestro!

¡Maravilloso!

Yo también tengo derecho a unirme al aplauso.

Educando al profesor

Voy a seguir creyendo en la gente.

Voy a seguir creyendo que las cosas que se ponen por escrito fueron puestas porque así piensa su autor y no porque se vende al mejor postor.

Desde hace ya bastante tiempo que me aboco la tarea de cuestionarme lo que pienso y lo que creo.

Me obligo a darme explicaciones y trato con todo lo que puedo de rebatir mis afirmaciones para 1.- Fortalecer mi postura o 2.- Modificarla.

Hojeando online algunos diarios (periódicos) un titular me llamó la atención por la intencionalidad del mismo: «Elogio de una vicepresidencia», aparecido en La Nación.
Voy a seguir creyendo en la gente.

Voy a seguir creyendo que las cosas que se ponen por escrito fueron puestas porque así piensa su autor y no porque se vende al mejor postor.

Desde hace ya bastante tiempo que me aboco la tarea de cuestionarme lo que pienso y lo que creo.

Me obligo a darme explicaciones y trato con todo lo que puedo de rebatir mis afirmaciones para 1.- Fortalecer mi postura o 2.- Modificarla.

Hojeando online algunos diarios (periódicos) un titular me llamó la atención por la intencionalidad del mismo: “Elogio de una vicepresidencia”, aparecido en La Nación.

Es un editorial elogiando al actual vicepresidente de la Nación, Julio Cobos por haber votado en su carácter de presidente del Senado de la Nación en contra del propio gobierno que él representaba en esa ocasión y por terminar su mandato.

Dice textualmente:

“A partir de su protagónica madrugada, unos lo querían echar de la vicepresidencia, por infiel. Otros querían redoblar su infidelidad y que conspirara para reemplazar a la presidenta antes del final del mandato.

Pero su destino será uno más honroso y republicano que cualquiera de esos: terminará su mandato. Felicitaciones, Julio Cobos.”

Se desprende de lo anteriormente dicho que lo felicita por ser todavía vicepresidente de la Nación.

¿…?

Veamos por qué puede Lucas Llach creer que es honroso que siga siendo vicepresidente y que además merezca una nota elogiándolo.

Ya que según dice su perfil en el diario: “Sus intereses giran en torno a la economía, la historia económica y las políticas públicas. Sobre esos temas enseña en la Universidad Torcuato Di Tella”, le voy a dar una manito desde mi humilde púlpito.

Empecemos con lo básico, que es enfrentarnos a la lógica.

Querido Lucas, cuando se conforma un gobierno, ¿cómo crees tú que se hace?

Hagamos un multiple choice.

a- Escogiendo al azar a los miembros de mi gabinete así como al vicepresidente.

b- Haciendo un sorteo entre los que reúnan los requisitos (edad, nacionalidad, etc) para cubrir un cargo público.

c- Escogiendo a quienees comparten un ideal y una política con quien será presidente.

d- Dejando que otros escojan a quien podría postularse como presidente.

e- Escogiendo a gente con posturas opuestas al candidato a presidente.

Puedes tomarte tu tiempo para pensar la respuesta, pero de todas maneras te adelanto que no son ni las dos primeras ni las dos últimas.

Por lo tanto, cuando un elemento del gobierno -del presidente para abajo- decide ponerse en rebeldía y no acatar los lineamientos políticos que lo llevaron al gobierno, lo que se suele hacer es: o bien se prepara para el despido o presenta su renuncia por no compartir los ideales del gobierno que esta persona conforma junto a otros.

Quizás todo esto te suene muy abtruso, por lo que te propongo un juego: Imaginemos que esto ocurriese en otro ámbito.

Podríamos elegir uno que tú conozcas, como por ejemplo un diario… pensemos en uno… ¡ya sé! podría ser La Nación, que por escribir allí, es probable que tengas idea de cómo funciona.

Imaginemos un directorio.

Ese directorio se aboca a la tarea de elegir un director para la publicación, así como de escoger a alguien que haga las veces de subdirector.

Este diario, que a partir de ahora llamaré directamente La Nación, tiene una línea editorial acorde a la gente que lo ha elegido a la hora de informarse.

Las notas -bien o mal- siguen siendo siempre fieles al estilo de La Nación y a quienes han elegido a esa publicación.

Por razones comerciales o económicas o de cualquier otro tipo, el director se ve obligado a viajar y dejar en su lugar a quien el directorio ha escogido para tal fin.

Una vez sentado el subdirector en el sillón del director (esto es una metáfora, querido Lucas, para mostrar que asume la representación de La Nación), decide que la línea editorial está equivocada, que en sus fueros más íntimos él cree que está equivocada y que debería presentar las noticias como el diario Tiempo Argentino.

Ordena a todos los periodistas, columnistas, editorialistas que escriban no como La Nacioón, sino como Tiempo Argentino y lanza a la calle una tirada de La Nación con ideas exactamente opuestas a las seguidas por el diario.

¿Qué crees tü que pasará, niño Lucas?

Lo voy a decir yo, porque tengo la impresión de que las imágenes que están acudiendo a tu cabecita deben ser terroríficas.

No va a gustar.

Los lectores empezarán a atragantarse con sus cereales, medialunas, tostadas o lo que sea que estén ingiriendo en el desayuno.

Habrá incontables llamados a las distintas empresas de emergencias médicas para atender a muchísimas personas víctimas de ataques cardíacos.

Una cantidad increíble de consultas a centros psiquiátricos para ver cómo puede calmarse a una persona que está en medio de un ataque de furia y locura incontenible.

En el directorio de La Nación, las reacciones serán diversas: unos caerán fulminados por un paro cerebro-cardio-respiratorio; otros buscarán todo tipo de armas o elementos contundentes para ir en pos del subdirector y los más calmados (los menos excitados) llamarán de urgencia a los abogados del diario para ver qué clase de juicios pueden hacerse contra este individuo.

Sé sincero.

¿Realmente crees que habrá alguien (entre los lectores, directivos y accionistas) que considere como valiente al subdirector que actuó de acuerdo a “lo que el creía que estaba bien”?

Déjame decirte que no.

Probablemente lo califiquen como:

1.- Loco.
2.- Traidor.
3.- Idiota útil (útil para los medios de comunicación cuya línea editorial sea la opuesta).
4.- Empleado infiel.
5.- Otros.

Si tú tuvieses una empresa, ¿verías como de valiente la actitud de tu vicepresidente o vicedirector de llevar adelante una política empresarial opuesta a la tuya?

Seguramente no.

Entonces, ¿por qué elogiar la actitud del vicepresidente que hizo lo contrario a lo que se esperaba de él?

¿Por qué resaltar el gesto de traicionar (y aquí no hay otra palabra posible) la confianza puesta en él por la presidenta y sus electores?

Una cosa es estar contento de que a la Sra Presidenta le saliese un grano en mnedio del Senado de la Nación, y otra muy distinta es creer que lo que hizo Cleto es lo correcto, porque ni a vos ni a ninguno de los lectores de La Nación o sus directivos y accionistas se le ocurriría jamás elegirlo para un puesto en el que pueda volver a hacer lo mismo.

A la hora de publicar este post, había 106 comentarios que iban desde el apoyo a Lucas Llach y a Cobos, hasta la más absoluta oposición.

No quise poner esto que he volcado aquí en los comentarios de la naota en La Nación, porque en casa ya tuvimos experiencia con eso de publicar en ese diario en el 2009: “En La Nación no hay libertad de expresión, o de prensa, en este caso, porque es algo publicado”.

Para muestra basta un botón.

La nota en La Nación.
Es un editorial elogiando al actual vicepresidente de la Nación, Julio Cobos por haber votado en su carácter de presidente del Senado de la Nación en contra del propio gobierno que él representaba en esa ocasión y por terminar su mandato.

Dice textualmente:

«A partir de su protagónica madrugada, unos lo querían echar de la vicepresidencia, por infiel. Otros querían redoblar su infidelidad y que conspirara para reemplazar a la presidenta antes del final del mandato.

Pero su destino será uno más honroso y republicano que cualquiera de esos: terminará su mandato. Felicitaciones, Julio Cobos.»

Se desprende de lo anteriormente dicho que lo felicita por ser todavía vicepresidente de la Nación.

¿…?

Veamos por qué puede Lucas Llach creer que es honroso que siga siendo vicepresidente y que además merezca una nota elogiándolo.

Ya que según dice su perfil en el diario: «Sus intereses giran en torno a la economía, la historia económica y las políticas públicas. Sobre esos temas enseña en la Universidad Torcuato Di Tella», le voy a dar una manito desde mi humilde púlpito.

Empecemos con lo básico, que es enfrentarnos a la lógica.

Querido Lucas, cuando se conforma un gobierno, ¿cómo crees tú que se hace?

Hagamos un multiple choice.

a- Escogiendo al azar a los miembros de mi gabinete así como al vicepresidente.

b- Haciendo un sorteo entre los que reúnan los requisitos (edad, nacionalidad, etc) para cubrir un cargo público.

c- Escogiendo a quienes comparten un ideal y una política con quien será presidente.

d- Dejando que otros escojan a quien podría postularse como presidente.

e- Escogiendo a gente con posturas opuestas al candidato a presidente.

Puedes tomarte tu tiempo para pensar la respuesta, pero de todas maneras te adelanto que no son ni las dos primeras ni las dos últimas.

Por lo tanto, cuando un elemento del gobierno -del presidente para abajo- decide ponerse en rebeldía y no acatar los lineamientos políticos que lo llevaron al gobierno, lo que se suele hacer es: o bien se prepara para el despido o presenta su renuncia por no compartir los ideales del gobierno que esta persona conforma junto a otros.

Quizás todo esto te suene muy abtruso, por lo que te propongo un juego: Imaginemos que esto ocurriese en otro ámbito.

Podríamos elegir uno que tú conozcas, como por ejemplo un diario… pensemos en uno… ¡ya sé! podría ser La Nación, que por escribir allí, es probable que tengas idea de cómo funciona.

Imaginemos un directorio.
Voy a seguir creyendo en la gente.

Voy a seguir creyendo que las cosas que se ponen por escrito fueron puestas porque así piensa su autor y no porque se vende al mejor postor.

Desde hace ya bastante tiempo que me aboco la tarea de cuestionarme lo que pienso y lo que creo.

Me obligo a darme explicaciones y trato con todo lo que puedo de rebatir mis afirmaciones para 1.- Fortalecer mi postura o 2.- Modificarla.

Hojeando online algunos diarios (periódicos) un titular me llamó la atención por la intencionalidad del mismo: “Elogio de una vicepresidencia”, aparecido en La Nación.

Es un editorial elogiando al actual vicepresidente de la Nación, Julio Cobos por haber votado en su carácter de presidente del Senado de la Nación en contra del propio gobierno que él representaba en esa ocasión y por terminar su mandato.

Dice textualmente:

“A partir de su protagónica madrugada, unos lo querían echar de la vicepresidencia, por infiel. Otros querían redoblar su infidelidad y que conspirara para reemplazar a la presidenta antes del final del mandato.

Pero su destino será uno más honroso y republicano que cualquiera de esos: terminará su mandato. Felicitaciones, Julio Cobos.”

Se desprende de lo anteriormente dicho que lo felicita por ser todavía vicepresidente de la Nación.

¿…?

Veamos por qué puede Lucas Llach creer que es honroso que siga siendo vicepresidente y que además merezca una nota elogiándolo.

Ya que según dice su perfil en el diario: “Sus intereses giran en torno a la economía, la historia económica y las políticas públicas. Sobre esos temas enseña en la Universidad Torcuato Di Tella”, le voy a dar una manito desde mi humilde púlpito.

Empecemos con lo básico, que es enfrentarnos a la lógica.

Querido Lucas, cuando se conforma un gobierno, ¿cómo crees tú que se hace?

Hagamos un multiple choice.

a- Escogiendo al azar a los miembros de mi gabinete así como al vicepresidente.

b- Haciendo un sorteo entre los que reúnan los requisitos (edad, nacionalidad, etc) para cubrir un cargo público.

c- Escogiendo a quienees comparten un ideal y una política con quien será presidente.

d- Dejando que otros escojan a quien podría postularse como presidente.

e- Escogiendo a gente con posturas opuestas al candidato a presidente.

Puedes tomarte tu tiempo para pensar la respuesta, pero de todas maneras te adelanto que no son ni las dos primeras ni las dos últimas.

Por lo tanto, cuando un elemento del gobierno -del presidente para abajo- decide ponerse en rebeldía y no acatar los lineamientos políticos que lo llevaron al gobierno, lo que se suele hacer es: o bien se prepara para el despido o presenta su renuncia por no compartir los ideales del gobierno que esta persona conforma junto a otros.

Quizás todo esto te suene muy abtruso, por lo que te propongo un juego: Imaginemos que esto ocurriese en otro ámbito.

Podríamos elegir uno que tú conozcas, como por ejemplo un diario… pensemos en uno… ¡ya sé! podría ser La Nación, que por escribir allí, es probable que tengas idea de cómo funciona.

Imaginemos un directorio.

Ese directorio se aboca a la tarea de elegir un director para la publicación, así como de escoger a alguien que haga las veces de subdirector.

Este diario, que a partir de ahora llamaré directamente La Nación, tiene una línea editorial acorde a la gente que lo ha elegido a la hora de informarse.

Las notas -bien o mal- siguen siendo siempre fieles al estilo de La Nación y a quienes han elegido a esa publicación.

Por razones comerciales o económicas o de cualquier otro tipo, el director se ve obligado a viajar y dejar en su lugar a quien el directorio ha escogido para tal fin.

Una vez sentado el subdirector en el sillón del director (esto es una metáfora, querido Lucas, para mostrar que asume la representación de La Nación), decide que la línea editorial está equivocada, que en sus fueros más íntimos él cree que está equivocada y que debería presentar las noticias como el diario Tiempo Argentino.

Ordena a todos los periodistas, columnistas, editorialistas que escriban no como La Nacioón, sino como Tiempo Argentino y lanza a la calle una tirada de La Nación con ideas exactamente opuestas a las seguidas por el diario.

¿Qué crees tü que pasará, niño Lucas?

Lo voy a decir yo, porque tengo la impresión de que las imágenes que están acudiendo a tu cabecita deben ser terroríficas.

No va a gustar.

Los lectores empezarán a atragantarse con sus cereales, medialunas, tostadas o lo que sea que estén ingiriendo en el desayuno.

Habrá incontables llamados a las distintas empresas de emergencias médicas para atender a muchísimas personas víctimas de ataques cardíacos.

Una cantidad increíble de consultas a centros psiquiátricos para ver cómo puede calmarse a una persona que está en medio de un ataque de furia y locura incontenible.

En el directorio de La Nación, las reacciones serán diversas: unos caerán fulminados por un paro cerebro-cardio-respiratorio; otros buscarán todo tipo de armas o elementos contundentes para ir en pos del subdirector y los más calmados (los menos excitados) llamarán de urgencia a los abogados del diario para ver qué clase de juicios pueden hacerse contra este individuo.

Sé sincero.

¿Realmente crees que habrá alguien (entre los lectores, directivos y accionistas) que considere como valiente al subdirector que actuó de acuerdo a “lo que el creía que estaba bien”?

Déjame decirte que no.

Probablemente lo califiquen como:

1.- Loco.
2.- Traidor.
3.- Idiota útil (útil para los medios de comunicación cuya línea editorial sea la opuesta).
4.- Empleado infiel.
5.- Otros.

Si tú tuvieses una empresa, ¿verías como de valiente la actitud de tu vicepresidente o vicedirector de llevar adelante una política empresarial opuesta a la tuya?

Seguramente no.

Entonces, ¿por qué elogiar la actitud del vicepresidente que hizo lo contrario a lo que se esperaba de él?

¿Por qué resaltar el gesto de traicionar (y aquí no hay otra palabra posible) la confianza puesta en él por la presidenta y sus electores?

Una cosa es estar contento de que a la Sra Presidenta le saliese un grano en mnedio del Senado de la Nación, y otra muy distinta es creer que lo que hizo Cleto es lo correcto, porque ni a vos ni a ninguno de los lectores de La Nación o sus directivos y accionistas se le ocurriría jamás elegirlo para un puesto en el que pueda volver a hacer lo mismo.

A la hora de publicar este post, había 106 comentarios que iban desde el apoyo a Lucas Llach y a Cobos, hasta la más absoluta oposición.

No quise poner esto que he volcado aquí en los comentarios de la naota en La Nación, porque en casa ya tuvimos experiencia con eso de publicar en ese diario en el 2009: “En La Nación no hay libertad de expresión, o de prensa, en este caso, porque es algo publicado”.

Para muestra basta un botón.

La nota en La Nación.
Ese directorio se aboca a la tarea de elegir un director para la publicación, así como de escoger a alguien que haga las veces de subdirector.

Este diario, que a partir de ahora llamaré directamente La Nación, tiene una línea editorial acorde a la gente que lo ha elegido a la hora de informarse.

Las notas -bien o mal- siguen siendo siempre fieles al estilo de La Nación y a quienes han elegido a esa publicación.

Por razones comerciales o económicas o de cualquier otro tipo, el director se ve obligado a viajar y dejar en su lugar a quien el directorio ha escogido para tal fin.

Una vez sentado el subdirector en el sillón del director (esto es una metáfora, querido Lucas, para mostrar que asume la representación de La Nación), decide que la línea editorial está equivocada, que en sus fueros más íntimos él cree que está equivocada y que debería presentar las noticias como el diario Tiempo Argentino.

Ordena a todos los periodistas, columnistas, editorialistas que escriban no como La Nación, sino como Tiempo Argentino y lanza a la calle una tirada de La Nación con ideas exactamente opuestas a las seguidas por el diario.

¿Qué crees tú que pasará, niño Lucas?

Lo voy a decir yo, porque tengo la impresión de que las imágenes que están acudiendo a tu cabecita deben ser terroríficas.

No va a gustar.

Los lectores empezarán a atragantarse con sus cereales, medialunas, tostadas o lo que sea que estén ingiriendo en el desayuno.

Habrá incontables llamados a las distintas empresas de emergencias médicas para atender a muchísimas personas víctimas de ataques cardíacos.

Una cantidad increíble de consultas a centros psiquiátricos para ver cómo puede calmarse a una persona que está en medio de un ataque de furia y locura incontenible.

En el directorio de La Nación, las reacciones serán diversas: unos caerán fulminados por un paro cerebro-cardio-respiratorio; otros buscarán todo tipo de armas o elementos contundentes para ir en pos del subdirector y los más calmados (los menos excitados) llamarán de urgencia a los abogados del diario para ver qué clase de juicios pueden hacerse contra este individuo.

Sé sincero.

¿Realmente crees que habrá alguien (entre los lectores, directivos y accionistas) que considere como valiente al subdirector que actuó de acuerdo a «lo que él creía que estaba bien»?

Déjame decirte que no.

Probablemente lo califiquen como:

1.- Loco.
2.- Traidor.
3.- Idiota útil (útil para los medios de comunicación cuya línea editorial sea la opuesta).
4.- Empleado infiel.
5.- Otros.

Si tú tuvieses una empresa, ¿verías como de valiente la actitud de tu vicepresidente o vicedirector de llevar adelante una política empresarial opuesta a la tuya?

Seguramente no.

Entonces, ¿por qué elogiar la actitud del vicepresidente que hizo lo contrario a lo que se esperaba de él?

¿Por qué resaltar el gesto de traicionar (y aquí no hay otra palabra posible) la confianza puesta en él por la presidenta y sus electores?

Una cosa es estar contento de que a la Sra Presidenta le saliese un grano en medio del Senado de la Nación, y otra muy distinta es creer que lo que hizo Cleto es lo correcto, porque ni a vos ni a ninguno de los lectores de La Nación o sus directivos y accionistas se le ocurriría jamás elegirlo para un puesto en el que pueda volver a hacer lo mismo.

A la hora de publicar este post, había 106 comentarios que iban desde el apoyo a Lucas Llach y a Cobos, hasta la más absoluta oposición.

No quise poner esto que he volcado aquí en los comentarios de la nota en La Nación, porque en casa ya tuvimos experiencia con eso de publicar en ese diario en el 2009: «En La Nación no hay libertad de expresión, o de prensa, en este caso, porque es algo publicado».

Para muestra basta un botón.

La nota en La Nación.