Los hippies para referirse a otra persona la llamaban hermano o hermana y no porque tuvieran parentesco alguno o pertenecieran a alguna cofraía o congregación.
Utilizaban esa palabra para incluir a los otros dentro del concepto de semejantes.
Era su método para generar conciencia de que quienes formábamos parte de la humanidad éramos iguales.
Hubo en esa época gente que se sentía molesta por ese término (incluyendo los hábitos y la filosofía) y denostaban y rechazaban a los hippies porque consideraban que el cambio ¿de paradigma podríamos decir? iba en contra de lo establecido desde «siempre». Aunque nunca fue «siempre», ya que basta con elegir un país cualquiera y podremos ver de qué manera los hábitos y las costumbres cambian al correr de los años.
Con relación al género en el lenguaje, tenemos hábitos quizás hasta dobles.
Si hablo de trenes y digo «maquinista» o si hablo de taxis y digo «taxista» seguramente a pesar de género femenino de la palabra, la primera imagen que se nos presente sea la de un hombre.
En cambio la palabra «recepcionista» seguramente nos generará la idea de una mujer excepto tal vez cuando sea en un área de seguridad, en donde esperaremos ver a un hombre.
Imaginaremos a una mujer como telefonista, a un hombre como ascensorista o astronauta, y otros como por ejemplo activista que según la última imagen que tengamos de un acto activista veremos a hombres o mujeres y en otros casos a ambos sexos.
Greenpeace contra el desmonte en el Chaco o Salta nos inclina a ver hombres.
A favor del aborto, nos hará ligar esta lucha con las mujeres.
Contra el trabajo infantil a ambos sexos.
No sé cuántos podrán asociar a Médicos sin Fronteras sólo con hombres.
Quienes usan el lenguaje inclusivo lo hacen para generar conciencia de la misma manera que los hippies en los 60´s.
No con la misma finalidad de evitar discriminación en sí misma, sino discriminación hacia el «sexo débil».
Para poner unos pocos ejemplos, hay mujeres boxeadoras, levantadoras de pesas, corredoras de autos todas tareas que hasta hace no muchos años hubieran sido impensadas.
Las pioneras fueron estigmatizadas. Hoy verlas ejerciendo esas profesiones no nos mueve un pelo (siempre hay gente a la que sí, pero son minoría).
Para llegar a esa aceptación de que «el otro sexo» pueda trabajar de o tener determinado hobby, el camino de «todes» quizás dé un buen resultado, pero mientras que un director de empresa gane más que una directora de empresa, o un empleado más que una empleada o en la tarea que sea, habrá que seguir luchando.
Debo admitir que escuchar hablar en lenguaje inclusivo me genera una cierta incomodidad, pero del tipo lingüístico, ya que aún debo convertir las palabras terminadas en «e» en las que estoy habituado a escuchar o leer con «a» o con «o».
Algo que es absolutamente seguro, es que esta «movida» de instalar el lenguaje inclusivo no va a pasar sin dejar una huella.
Podrá perder impulso, incluso desaparecer del uso cotidiano, pero quedará como un intento de mejorar a la humanidad (le humanided? 😉 ) tal como el Paz y Amor de hace medio siglo aún sigue vigente.
Siéntanse incómodos -si quieren- quienes están de uno u otro bando, pero nunca se enojen.
Defiendan la libertad de expresarse tanto la propia como la ajena.
Las palabras no son por sí mismas buenas o malas.
Tuve la experiencia de que por una mala maniobra del chofer del colectivo en el que viajaba recibiera el insulto de un taxista: ¡COLECTIVERO!
Durante muchas cuadras el CHOFER repetía en voz alta: ¡Me dijo COLECTIVERO!
Él era colectivero, pero no ¡COLECTIVERO! (pronúnciese esta última palabra con tono despectivo y ofensivo para entender acabadamente).