Día de la mujer

Walter Ego: Es el día de la mujer!!!…

Yo: Sí.

W.E.: ¿Y por qué?

Y.O.: Mmmmm. No sé.

W.E..: ¿Es como un día del animal pero para uno aún más inferior?

Y.O.: ¡No seas bestia!

W.E..: ¿Acaso hay un día del hombre?

Y.O.: Nnno.

W.E.: ¿Entonces?

Y.O.: Entonces… ¿qué?

W.E.: …Que tengo razón.

Y.O.: ¡Dejate de decir pavadas! ¿querés?

W.E.: Entonces tendré que demostrártelo con un informe científico…

Y.O.: ¿De qué estudio me estás hablando?

W.E.: De uno que demuestra palmariamente que la mujer es inferior.

Y.O.: ¡Por favor!

W.E.: Fijate. Es IM PER DI BLE:

La mujer es inferior

«Cabellos largos, ideas cortas» (Schopenhauer)

A fuerza de alaridos e incongruencias, miles de revolucionarias reblandecidas se debaten, no sin torpeza, en el estéril intento de demostrar que «la mujer es igual al hombre».

Entre los cientos de idioteces que utilizan como argumentos, hay quien dice: «la mujer está donde está porque la sociedad machista se ha ocupado de sumergirla, de relegarla a un segundo o tercer plano» o sea, de convertirla en la porquería que, sin darse cuenta, ella misma afirma ser… Frente a tamaña tontería, nos preguntamos: cuando se construyó la sociedad machista, cuando todavía no era ni sociedad ni machista, ¿dónde cuernos estaba la mujer? ¿Por qué, si era igual al hombre, inteligente como el hombre, no logró hacer valer sus derechos? ¿Por qué, si tenía tantas virtudes, no pudo formar una sociedad hembrista o, al menos, una sociedad equitativa?
Muy sencillo: porque no reúne ninguna de esas condiciones, porque la mujer es, sin dudas, inferior.
Sin embargo, para desgracia de la especie humana, la hembra se ha convencido ciegamente de ese ridículo postulado de igualdad; tanto que para competir al nivel del Macho, se ha puesto a levantar paredes, conducir colectivos o realizar cualquier otra exhibición de fuerza bruta, justo ahora que todo hombre relativamente normal intenta alejarse del esfuerzo, buscando otras formas de realizar el trabajo. En fin. Para qué abundar si bastaría recordar un triste “triunfo” femenino llamado “el año internacional de la mujer”, la más acabada muestra de inferioridad jamás imaginada.
Sólo un ser menor podría desear para sí un homenaje de este tipo, porque como usted se dará cuenta, a ninguna persona en serio se le hubiera ocurrido proponer “El año internacional del varón”… ¿Se imagina? Las carcajadas se escucharían en Marte.

“La mujer en su casa. El hombre trabajando” (García Lorca)

De todos modos, a la mujer (esa cosa que termina en el cuello) se le puede reconocer una cualidad, tal como se reconoce la fuerza de las mulas: poseen una gran resistencia.
En efecto, ella no se cansa de fracasar.
Aunque se lleve por delante una pared, ella agacha el lomo y vuelve a arremeter contra la sociedad machista. Así la vemos, haciendo de profesional en medicina, abogacía, ingeniería, etcétera, metida en una tarea que le queda grande, viendo a sus colegas hombres pero sin asimilar nada, siempre dirigida por alguno de nosotros, sin descollar jamás: a lo sumo, causando una especie de admiración circense porque desarrolla un tramo de su actividad casi, casi como lo haría un hombre común.
Es que no hay una sola mujer que se haya destacado de verdad. Nunca, ninguna ha llegado allá: Arriba de Todo. Y si alguna vez se la ha visto trepada a la cúspide que conquistó el Macho (sí, él mismo) sólo fue por obra de la casualidad, de la imprevisible, de lo cual ella en su perra vida hubiera soñado.
Madame Curie, por ejemplo, pasó a la historia por barrerle el laboratorio a su marido, mientras éste se quemaba las pestañas en sus investigaciones; Eleonor Roosevelt, por empujar el sillón de ruedas de su esposo, el gran estadista Franklin Delano; y George Sand, por haberse vestido como un hombre… Pero no vale la pena seguir buscando entre los miles y miles de nombres de Varones Famosos, el de algunas mujercitas que se hayan colado en el diccionario
.

“Señor, el hijo mío que no nazca mujer” (Alfonsina Storni)

Salir a la calle, ver la salida o entrar a la casa, alcanza para descubrir que el Hombre está por encima de cualquier hembrita.
Así lo definió la Naturaleza, infinitamente sabia, cuando dispuso:
a) Que la mujer sufriera ciertas indisposiciones, excusa casi perfecta para justificar, mes a mes, sus brotes esquizoides, propios del desequilibrio mental.
b) Que el embarazo recayera en ella, para que la especie pudiera continuarse, porque es sabido que ningún hombre podría soportar 257 días de impedimentos físicos y, como si esto fuera poco, sentirse feliz de presentar todos los síntomas de un enfermo grave, quedarse absorto ante la sensación –vulgar, en estos casos- de que su barriga se mueve o aceptar, por fin, que en esos largos 9 meses, su actividad esencial será: tejer, vomitar y llorar.
Sí. La Naturaleza es infinitamente sabia y se cuida de no entorpecer la existencia del Ser que le brinda más satisfacciones: el Macho.
Por eso también lo libra de los trastornos físicos de la edad crítica, encajándoselos a la mujer para darle algo en qué entretenerse cuando la vida no tiene más que ofrecerle. Una oportunidad que ella aprovecha para convencerse de que no la entienden, cuando lo real es que no sabe expresarse.

“No hay mujeres peores que otras” (Henry de Régnier)

Lamentablemente, la mujer mayor no es del todo idiota. Por momentos, la asaltan raptos de lucidez en los que se ve horrible, torpe, arrugada, inútil, irreparable, tal como es.
Allí vuelve a aparecer la magnificencia del Varón que sabe que tiene la responsabilidad de llevar a la humanidad adelante y que, como quien da el chupete al niño, le da a la mujer, desde hace varios lustros, la nota periodística: “La vida comienza a los 40”. Una nota que, dicho sea de paso, sólo una cuarentona podría leer (y más de una vez) porque ¿qué hombre perdería el tiempo frente a semejante pavada?… cualquier tonto sabe que la vida comienza cuando nacemos. Por otra parte –y vaya esto como ejemplo de superioridad- el Hombre, a los 40, es un dios que despierta admiración y veneración a su paso, mientras que la mujer es un resto de carne achicharrada o lástima. Un bicho cuyo único recurso es aferrarse con uñas y dientes (postizos) a esa cosita que obtuvo por mérito ajeno: la casa.
¿Y qué es la casa?
Algo muy importante; la seguridad de no morir, víctima de las inclemencias del tiempo a cambio de unas simples labores: lavar la ropa interior, encerar los pisos, atender a los hijos que el Varón le dio, cumplir con el deber conyugal.
Lo que se dice una tontería.
Una tontería demasiado complicada para la mujer, porque no hay noticias de que pueda llevarla a cabo con éxito. Al contrario, el cuidado de la casa es una nueva posibilidad de fracaso que se le abre. Y allá va la mujer a romper platos, a quemar comidas, a maleducar niños, a construir el grande y creciente derrumbe del querido hogar de cada uno de nosotros.
¿Y todo por qué?… Porque su congénito desorden mental le impide planear nada, organizar nada, proyectar nada. Sólo le alcanza para gritar: ”¡La casa no es para mí! ¡No aguanto vivir encerrada entre estas cuatro paredes! ¡Soy una esclava! ¡Me voy a volver loca!».
Gritos y gemidos para justificar de que es incapaz de hacer lo poquísimo que se le pide.
Y entonces, ¿qué sucede?… Que el Hombre, el Macho Grandioso, se compadece y le da permiso para estudiar –digamos- cerámica con otro hombre que, obligado por las circunstancias, la estafa haciéndole creer que ella nació para eso. (Eso es un cenicero deforme pintado de marrón o un muñequito espeluznante que muestra con orgullo a sus amigas, envidiosas del talento desplegado por la nueva y liberada ama de casa).
Esto –no podía ser de otra manera- se convierte en una nueva justificación femenina que se esgrime con los dedos sucios de arcilla: *Resulta que no pudo preparar la comida porque la laborterapia le llevó todo el día…
¡Basta, señores!.
Terminemos con esta oligofrenia galopante que nos revienta los hogares. El cuidado de la casa es una estupidez.
¿Qué hombre no se sentiría feliz como un niño si pudiera ganarse la vida y exigir constantemente cosas mejores por el sólo hecho de realizar labores caseras; cosa que haría a la perfección en menos de 3 (tres) horas diarias y que le brindaría el tiempo del mundo para disfrutar en lo que se le ocurra?… Pero, claro, es imposible. Cualquier hombre sano que se limitara a la “agotadora” tarea del ama de casa sería considerado un vago. Además –esta misma situación ya lo demuestra- dejar los destinos de la humanidad en manos de las mujeres sería acelerar el fin del mundo.
Todo esto, en síntesis, confirma una verdad: Cualquier hombre puede hacer lo que hace su hembra, pero ninguna mujer puede hacer bien lo que hace su marido.

Pero la mujer no es inferior porque sí.
Se trata de una cuestión intrínseca, de temperamento, de esencia, de alma.
No en vano las religiones importantes la subordinan siempre al Varón. No es casual que la mujer jamás consiga superarse en la adversidad, materia en la que el Hombre se va curtiendo día a día, golpe a golpe. Si a lo máximo que llegan las mujercitas ante la menor dificultad es a contemplar su propio llanto frente al espejo del baño.
¿Dónde se ha visto que un hombre que al llorar se preocupe porque se le corra el rimmel?… Es que hasta la capacidad de sentir la tiene disminuida.
Si está más que demostrado que ninguna mujer se destaca de veras en aquello en lo que se necesite sensibilidad.
Si el Hombre, el Macho Rudo, la supera lejos en cualquier actividad creativa: pintura, música, literatura, para no mencionar algo aparentemente más sencillo y destinado a la mujer como la cocina o las modas… Y bueno. ¿Qué se puede esperar de un ser carente por completo del sentido del humor?
¿Sabía Ud. que no hay humoristas de sexo femenino?
Pues jamás las habrá. Porque una mujer se ríe con ganas cuando está histérica o le hacen cosquillas. En otro caso, no
.
No entiende, no llega, se siente mal, cree que la están agrediendo… Será que la risa es signo de inteligencia, como dijo Bergson.
Será por eso que su literatura, su teatro, su distracción predilecta suele ser
ese melodramón inaguantable en el que una fantasía psicótica llena su vida chata y vacía.
Se sienten, entonces, la novia de James Caan o Carlos Calvo, sufren con las cruciales instancias de “Dancing days” se emocionan con la puerilidad, en suma, se identifican con la idiotez que –mire lo que son las cosas- le proporciona el Hombre, el Macho, que al estar por encima de ella, puede entenderla.
Porque hasta el autor de un teleteatro es superior a una mujer.
Pero la Superioridad del Hombre no se conforma con eso. Y ha logrado cerrar el círculo, evitándose el trabajo, de pensar cosas tontas para que la mujer se distraiga
.
El libro “El varón domado”, por ejemplo, con su carga de liberación y revolucionarismo, deglutido y discutido por millones de mujeres no fue más que un buen negocio planeado por un hombre: el editor. Un negocio en el que cayeron todas, Esther Vilar incluida.

“Las mujeres no valen la pena” (Molière)

Y no hablemos de deporte, donde todas las marcas conquistadas por mujeres y hasta por androides femeninos cargados de estimulantes nunca superaron los logros físicos del Hombre.
Y no hablemos del amor.
Y no hablemos de nada.
Todo está supeditado al inteligente y sensible Esfuerzo Masculino.
¡Ay pobres desvalidas de la raza humana! ”Yo necesito alguien que me proteja”, suelen confesar. ¿Qué las proteja de qué?… ¿No se dan cuenta, acaso, que no es que el medio les sea hostil sino que ellas, sencillamente no pueden resolver las situaciones comunes? De no ser así, ¿por qué se quedan paralizadas cuando desde otro coche les tocan bocina?
¿Por qué, frente a una maniobra que requiera alguna habilidad menor, se llevan todo por delante, incapaces de abandonar esa postura de licenciada Pitman al volante, tiesas y ridículas, perfectos ejemplares de su ineptitud para lo que sea?
¿Por qué?.
Porque las mujeres son in-fe-rio-res.
Mucho más honesto sería que, en lugar de protección confesaran que lo que ellas necesitan es alguien que las contenga, alguien que acepte su condición menor, berrinches incluidos.
De todos modos, tómese esto último como un comentario. Los hombres ya no tenemos la ilusión de que ellas lo comprendan (ésto u otra cosa). Nos alcanza con la certeza de que lo sienten, tal como lo demuestra la excelente relación que mantenemos con la sirvienta, quien acepta sumisa, callada nuestras órdenes; a diferencia de nuestro chofer, quien se llena de resentimiento. Un resentimiento lógico sólo en el Hombre, porque el Macho no nació para servir. Esa es la esencia masculina; aunque haya hombres inferiores, tanto como una mujer y que, por ende, también deban vivir aceptando órdenes tiránicas.

«La mujer es igual al hombre. Al hombre deficiente» (Guinzburg y Abrevaya)

Llegado a este punto, alguien se preguntará: ¿Y por qué el Hombre, el Sublime Varón, busca a la mujer si se trata de un ser despreciable?
Muy simple, querida. En principio porque no se trata de un ser despreciable, como no lo es un perro o un durazno.
Es sí, un ser insertado en el mundo para hacer la felicidad del Hombre, para divertirlo, para alegrarle la vista, para evitarle una cantidad de labores manuales, para amar.
Y nada más.
Para hacer eso de la mejor manera posible; sin querer el perro ser león; ni el durazno, postre; ni la mujer igual al Hombre.
Para eso solito. Y a nadie debe entristecer que esto sea así.
Debe atemorizarnos descubrir que nuestras abuelas, a los 80 años, están todavía fuertes, después de haber tenido una docena de hijos, mientras le alcanzaban el balde de cemento al marido que construía la casa; que nuestras madres, con dos hijos (o tres, como mucho) no se pudieron arreglar sin una mucama; y que las mujeres de hoy, con todos los adelantos de la técnica que le brinda el Hombre, con una muchacha que le brinda el campo, con pocos hijos y poco lugar, apenas si se las arreglan para tener la casa sucia y desordenada, y el día que lavan un vaso se rompen las uñas.
Esto debe ser motivo de reflexión por parte de la mujer y no la reverendísima -pongamos- tontería acerca de la igualdad de los sexos.
Por favor, traten de no creer en eso. Lean y relean esta nota, si es preciso.
O mejor, muchísimo mejor, pídanle a un Hombre que se lo explique
.

W.E.: ¿Y?

Y.O.: ¿De dónde sacaste ésto?

W.E.: Es un estudio realizado por Jorge Ginzburg y Carlos Abrevaya.

Y.O.: Ah! Con razón…

W.E.: Con razón ¿qué?

Y.O.: Era en joda. En el fondo vos estás en desacuerdo con que se celebre el día de la mujer, porque ellas merecen que «su día» sea todos los días…

W.E.: Sé sincero… ¿Vos no estás de acuerdo con la mayoría del «informe»?

Y.O.: …

Publicado en la revista Salimos en la década del ´70.

3 comentarios en “Día de la mujer

  1. Claro! justo èsto tenìas que transcribir…es sospechoso, me parece que en algùn rinconcito pensaràs parecido mmm. Me consuela pensar que al llegar a tu casa te van a dar un palo por la cabeza 🙁

  2. mira el que escribio esto es un reventado, sin nosotras no existirian.
    la verdad una mente muy chiquita tenés para decir tanta sarta de idioteces. en realida duna mente muy estupida tenés. creo que hay hombres inteligentes, pero este querido, no es tu caso.

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