Vi la noticia en Clarín y La Nación.
El primer sentimiento que tuve fue de – se puede decir así – alegría. Nunca pude entender cómo luego de recuperada la democracia, en Chile permitían que un individuo que se levanta en armas contra un gobierno constitucional fuera senador vitalicio y que tuviera fueros e inmunidad. Desconozco qué dice la constitución chilena, pero seguro que lo que hizo Pinochet está encuadrado dentro del delito de sedición.
Cómo dejaron que sucediera algo tan vergonzante; tenían el ejemplo de Argentina para ver la imagen que daba un país, que «inventó» las leyes de obediencia debida y de punto final. Ni siquiera mencionemos el indulto presidencial que alcanzó a los que habían quedado afuera de las dos leyes que ya mencioné.
Los ladrones de gallinas son alcanzados por la ley. Los grandes – y tendría que haber puesto: GRANDES – delincuentes no son alcanzados por ninguna ley que no sea la que ellos mismos imponen.
Será porque los que detentan el poder – sería bueno que buscaran en el sitio de la Real Academia Española cuál es la definición de detentar – tienen «la sartén por el mango, y el mango también».
Luego de los primeros momentos de felicidad, me asaltó una duda: la corte falló 9 a 8 en contra del dictador. Un margen escasísimo. ¿Y si todo ésto no es más que un vil truco para conseguir que quede libre por insania?
Ya vimos lo que pasó en Londres. No lo juzgaron porque era un pobre ancianito.
Como le escuché decir a Jorge Lanata refiriéndose al ex ministro Alemann: «un joven hijo de puta, cuando es viejo, es un viejo hijo de puta». Para que deje de serlo, debería como mínimo, arrepentirse públicamente y pedir perdón.
No creo que Pinochet se arrepienta de lo que hizo… a lo sumo debe estar arrepintiéndose de lo que no hizo. Como nuestros Videla, Masera, Camps, Astiz, etc. que deben estar lamentándose de no haber «desaparecido» a más gente.
De todos modos, y a pesar de las innumerables veces que me ha defraudado, sigo esperando que la justicia llegue. Y para todos igual.