El sábado fui a ver con mis hijos (Hernán ya la había visto unos días antes con sus amigos) Star Wars III.
Muy bueno el comienzo, donde se siente – aunque apenas por unos pocos segundos – que uno está dentro de una de las naves.
A partir de ese momento, Jorgito (George Lucas) se dedicó a hacer lo que vino haciendo desde la primera de las películas de la saga, que no era la primera sino la cuarta: robar escenas de películas y/o series viejas.
Si tuviera a mi alcance una filmoteca importante de películas hechas hace mucho, pongamos de la década del ´60, podría encontrar los filmes de donde ha sacado sus ideas.
No se pongan a defender a ultranza a Jorgito y su producto. Pregúntenle antes a algún memorioso cinéfilo y van a ver que no estoy para nada desacertado.
Ha creado un universo donde lo ultra-moderno y lo antiguo se mezclan.
Utilizan animales para desplazarse, cuando en realidad tienen artilugios en mucho superiores a las pobres bestias.
Los jedi, teniendo a su alcance armas de verdadera destrucción masiva, utilizan unos sables de colores que les dan un alcance limitado.
Abren las puertas tocando botones y las cierran haciendo un gesto con la mano, usando sus poderes telekinéticos y viceversa.
Consiguen comunicarse con cuanto ser vivo existe, entendiendo su idioma y contestándoles en inglés, que como todos sabemos, es el idioma universal. Hasta consiguen entender qué dice el módem de R2D2 (Arturito pa´ los amigos).
Etc., etc., etc.
En cuanto a los robos, he visto películas de romanos, con carreras de cuadrigas incluidas.
He visto hasta el hartazgo peleas con sables luminosos, supuestamente láser, al estilo medieval o samurai. En algunos casos, se sacaban las capas o como se llame lo que usaban como en las películas de los tres mosqueteros.
Cuando esquivaban los ataques con balas o lo que sea que dispararan, lo hacían como Kwai Chang Kaine.
Las naves más grandes, parecían destructores o portaviones de la segunda guerra mundial, y para rematarlo, los malos en el puente de mando, tienen uniformes como los que usaban los japoneses.
Los robots – los de los malos, por supuesto – tienen unos reflejos increíbles, demoran varios segundos en reaccionar, además de sentir sensaciones de miedo o enojo.
Hay un contrabandista que resulta ser «muy bueno», que tiene un cacharro viejísimo, pero que es más rápido que ningún otro, que ayuda a los buenos. No importa que un contrabandista sea un delincuente, que comercie con lo que no debe, con quien no debe, que evada impuestos, que arruine la economía de los pequeños comerciantes honestos, si ayuda a una princesita, es un amor de persona.
En esta última película, dos naves gigantescas se ponen una junto a la otra y se cañonean como en las películas de piratas, salvo que los cañones lanzan hacia atrás las cápsulas servidas como en las de la segunda guerra.
Cuando la nave que lleva al canciller y a los dos jedis cae partida al medio, «los elegidos» se hacen cargo de los mandos, ya que los tripulantes huyeron – incluyendo a los robots – y le piden al robot R2D2 que se ¿calme?…
Por supuesto, aterrizan la nave sin siquiera ponerse nerviosos ni transpirar.
Hay una pelea al estilo pirata entre Darth Vader y Obi Wan Kenobi, con espadas, colgando de cuerdas como en un barco, pero navegando en la lava con un no sé qué que se cayó y parece un barco con mástil.
Y como para ir cerrando por ahora esta crítica, voy a mencionar algo que me llamó profundamente la atención: tantos siglos de avance tecnológico, y no tienen ni una pista de aterrizaje/estacionamiento cubierto. Parece mentira que ni siquiera hayan inventado el paraguas…
Darth Vader (que es Anakin Skywalker el niñito dulce de SW I) debe ser rescatado después de que Obi Wan Kenobi le cortara las piernas (como a Maradona), el brazo izquierdo, porque el derecho ya se lo habían cortado antes, que le corte la carrera de malo de la película y que se quemara en la lava.
Lo cargan en una camilla flotante – flota por el aire – con sólo una mascarilla de oxígeno o lo que sea que respiran; lo llevan bajo la lluvia, bien despacito para ver si le entra suficiente cantidad de agua como para refrescarlo – no se imaginan lo caliente que estaba – estando todo quemado y sin que le hubieran pasado ni una mísera pomada para las quemaduras.
Como si todo eso fuera poco, lo tiran en la sala de operaciones, y sin anestesia le empiezan a enganchar las prótesis (pierna izquierda, pierna derecha, brazo izquierdo y probablemente algún otro miembresito), lo enlatan sin siquiera curarle las ampollas, y lo rematan con un casco que probablemente pese más que todo lo que pesaba él – no olvidar que le faltaba la mitad del cuerpo, casi -.
¡Como para no jadear!, lo que le debe costar respirar sin pulmones y con un traje que no tiene ni una rejillita para dejar pasar el aire.
Como tortura final, el formato del casco no le permite mirar para abajo, por lo que no quiero imaginar el enchastre que hace en el baño en los mingitorios.
Tiene en medio del pecho una serie de botoncitos que vaya uno a saber para qué los tiene, porque como no puede ver para abajo, no debe saber qué botones aprieta.
En definitiva, visualmente, bien hecha, usando a pleno la tecnología existente en cada una de las películas.
Argumentalmente, podría ser un homenaje – fíjense que no dije robo – a Isaac Asimov y a su Fundación.
La historia, medio simplota y pobretona.
Lo que rescato de las seis películas (y ésto es porque es para mí un tema recurrente) es que Darth Vader – que se está volviendo verdaderamente malo – dice que «los que no están conmigo son mis enemigos» y Obi Wan Kenobi le responde que «sólo un Sith piensa en absolutos», o sea que hay que ser muy jodido para pensar así.
Los que quieran asociar a Darth Vader y a George W. Bush, háganlo, creo que ahí sí vamos a estar de acuerdo.