Educando al profesor

Voy a seguir creyendo en la gente.

Voy a seguir creyendo que las cosas que se ponen por escrito fueron puestas porque así piensa su autor y no porque se vende al mejor postor.

Desde hace ya bastante tiempo que me aboco la tarea de cuestionarme lo que pienso y lo que creo.

Me obligo a darme explicaciones y trato con todo lo que puedo de rebatir mis afirmaciones para 1.- Fortalecer mi postura o 2.- Modificarla.

Hojeando online algunos diarios (periódicos) un titular me llamó la atención por la intencionalidad del mismo: «Elogio de una vicepresidencia», aparecido en La Nación.
Voy a seguir creyendo en la gente.

Voy a seguir creyendo que las cosas que se ponen por escrito fueron puestas porque así piensa su autor y no porque se vende al mejor postor.

Desde hace ya bastante tiempo que me aboco la tarea de cuestionarme lo que pienso y lo que creo.

Me obligo a darme explicaciones y trato con todo lo que puedo de rebatir mis afirmaciones para 1.- Fortalecer mi postura o 2.- Modificarla.

Hojeando online algunos diarios (periódicos) un titular me llamó la atención por la intencionalidad del mismo: “Elogio de una vicepresidencia”, aparecido en La Nación.

Es un editorial elogiando al actual vicepresidente de la Nación, Julio Cobos por haber votado en su carácter de presidente del Senado de la Nación en contra del propio gobierno que él representaba en esa ocasión y por terminar su mandato.

Dice textualmente:

“A partir de su protagónica madrugada, unos lo querían echar de la vicepresidencia, por infiel. Otros querían redoblar su infidelidad y que conspirara para reemplazar a la presidenta antes del final del mandato.

Pero su destino será uno más honroso y republicano que cualquiera de esos: terminará su mandato. Felicitaciones, Julio Cobos.”

Se desprende de lo anteriormente dicho que lo felicita por ser todavía vicepresidente de la Nación.

¿…?

Veamos por qué puede Lucas Llach creer que es honroso que siga siendo vicepresidente y que además merezca una nota elogiándolo.

Ya que según dice su perfil en el diario: “Sus intereses giran en torno a la economía, la historia económica y las políticas públicas. Sobre esos temas enseña en la Universidad Torcuato Di Tella”, le voy a dar una manito desde mi humilde púlpito.

Empecemos con lo básico, que es enfrentarnos a la lógica.

Querido Lucas, cuando se conforma un gobierno, ¿cómo crees tú que se hace?

Hagamos un multiple choice.

a- Escogiendo al azar a los miembros de mi gabinete así como al vicepresidente.

b- Haciendo un sorteo entre los que reúnan los requisitos (edad, nacionalidad, etc) para cubrir un cargo público.

c- Escogiendo a quienees comparten un ideal y una política con quien será presidente.

d- Dejando que otros escojan a quien podría postularse como presidente.

e- Escogiendo a gente con posturas opuestas al candidato a presidente.

Puedes tomarte tu tiempo para pensar la respuesta, pero de todas maneras te adelanto que no son ni las dos primeras ni las dos últimas.

Por lo tanto, cuando un elemento del gobierno -del presidente para abajo- decide ponerse en rebeldía y no acatar los lineamientos políticos que lo llevaron al gobierno, lo que se suele hacer es: o bien se prepara para el despido o presenta su renuncia por no compartir los ideales del gobierno que esta persona conforma junto a otros.

Quizás todo esto te suene muy abtruso, por lo que te propongo un juego: Imaginemos que esto ocurriese en otro ámbito.

Podríamos elegir uno que tú conozcas, como por ejemplo un diario… pensemos en uno… ¡ya sé! podría ser La Nación, que por escribir allí, es probable que tengas idea de cómo funciona.

Imaginemos un directorio.

Ese directorio se aboca a la tarea de elegir un director para la publicación, así como de escoger a alguien que haga las veces de subdirector.

Este diario, que a partir de ahora llamaré directamente La Nación, tiene una línea editorial acorde a la gente que lo ha elegido a la hora de informarse.

Las notas -bien o mal- siguen siendo siempre fieles al estilo de La Nación y a quienes han elegido a esa publicación.

Por razones comerciales o económicas o de cualquier otro tipo, el director se ve obligado a viajar y dejar en su lugar a quien el directorio ha escogido para tal fin.

Una vez sentado el subdirector en el sillón del director (esto es una metáfora, querido Lucas, para mostrar que asume la representación de La Nación), decide que la línea editorial está equivocada, que en sus fueros más íntimos él cree que está equivocada y que debería presentar las noticias como el diario Tiempo Argentino.

Ordena a todos los periodistas, columnistas, editorialistas que escriban no como La Nacioón, sino como Tiempo Argentino y lanza a la calle una tirada de La Nación con ideas exactamente opuestas a las seguidas por el diario.

¿Qué crees tü que pasará, niño Lucas?

Lo voy a decir yo, porque tengo la impresión de que las imágenes que están acudiendo a tu cabecita deben ser terroríficas.

No va a gustar.

Los lectores empezarán a atragantarse con sus cereales, medialunas, tostadas o lo que sea que estén ingiriendo en el desayuno.

Habrá incontables llamados a las distintas empresas de emergencias médicas para atender a muchísimas personas víctimas de ataques cardíacos.

Una cantidad increíble de consultas a centros psiquiátricos para ver cómo puede calmarse a una persona que está en medio de un ataque de furia y locura incontenible.

En el directorio de La Nación, las reacciones serán diversas: unos caerán fulminados por un paro cerebro-cardio-respiratorio; otros buscarán todo tipo de armas o elementos contundentes para ir en pos del subdirector y los más calmados (los menos excitados) llamarán de urgencia a los abogados del diario para ver qué clase de juicios pueden hacerse contra este individuo.

Sé sincero.

¿Realmente crees que habrá alguien (entre los lectores, directivos y accionistas) que considere como valiente al subdirector que actuó de acuerdo a “lo que el creía que estaba bien”?

Déjame decirte que no.

Probablemente lo califiquen como:

1.- Loco.
2.- Traidor.
3.- Idiota útil (útil para los medios de comunicación cuya línea editorial sea la opuesta).
4.- Empleado infiel.
5.- Otros.

Si tú tuvieses una empresa, ¿verías como de valiente la actitud de tu vicepresidente o vicedirector de llevar adelante una política empresarial opuesta a la tuya?

Seguramente no.

Entonces, ¿por qué elogiar la actitud del vicepresidente que hizo lo contrario a lo que se esperaba de él?

¿Por qué resaltar el gesto de traicionar (y aquí no hay otra palabra posible) la confianza puesta en él por la presidenta y sus electores?

Una cosa es estar contento de que a la Sra Presidenta le saliese un grano en mnedio del Senado de la Nación, y otra muy distinta es creer que lo que hizo Cleto es lo correcto, porque ni a vos ni a ninguno de los lectores de La Nación o sus directivos y accionistas se le ocurriría jamás elegirlo para un puesto en el que pueda volver a hacer lo mismo.

A la hora de publicar este post, había 106 comentarios que iban desde el apoyo a Lucas Llach y a Cobos, hasta la más absoluta oposición.

No quise poner esto que he volcado aquí en los comentarios de la naota en La Nación, porque en casa ya tuvimos experiencia con eso de publicar en ese diario en el 2009: “En La Nación no hay libertad de expresión, o de prensa, en este caso, porque es algo publicado”.

Para muestra basta un botón.

La nota en La Nación.
Es un editorial elogiando al actual vicepresidente de la Nación, Julio Cobos por haber votado en su carácter de presidente del Senado de la Nación en contra del propio gobierno que él representaba en esa ocasión y por terminar su mandato.

Dice textualmente:

«A partir de su protagónica madrugada, unos lo querían echar de la vicepresidencia, por infiel. Otros querían redoblar su infidelidad y que conspirara para reemplazar a la presidenta antes del final del mandato.

Pero su destino será uno más honroso y republicano que cualquiera de esos: terminará su mandato. Felicitaciones, Julio Cobos.»

Se desprende de lo anteriormente dicho que lo felicita por ser todavía vicepresidente de la Nación.

¿…?

Veamos por qué puede Lucas Llach creer que es honroso que siga siendo vicepresidente y que además merezca una nota elogiándolo.

Ya que según dice su perfil en el diario: «Sus intereses giran en torno a la economía, la historia económica y las políticas públicas. Sobre esos temas enseña en la Universidad Torcuato Di Tella», le voy a dar una manito desde mi humilde púlpito.

Empecemos con lo básico, que es enfrentarnos a la lógica.

Querido Lucas, cuando se conforma un gobierno, ¿cómo crees tú que se hace?

Hagamos un multiple choice.

a- Escogiendo al azar a los miembros de mi gabinete así como al vicepresidente.

b- Haciendo un sorteo entre los que reúnan los requisitos (edad, nacionalidad, etc) para cubrir un cargo público.

c- Escogiendo a quienes comparten un ideal y una política con quien será presidente.

d- Dejando que otros escojan a quien podría postularse como presidente.

e- Escogiendo a gente con posturas opuestas al candidato a presidente.

Puedes tomarte tu tiempo para pensar la respuesta, pero de todas maneras te adelanto que no son ni las dos primeras ni las dos últimas.

Por lo tanto, cuando un elemento del gobierno -del presidente para abajo- decide ponerse en rebeldía y no acatar los lineamientos políticos que lo llevaron al gobierno, lo que se suele hacer es: o bien se prepara para el despido o presenta su renuncia por no compartir los ideales del gobierno que esta persona conforma junto a otros.

Quizás todo esto te suene muy abtruso, por lo que te propongo un juego: Imaginemos que esto ocurriese en otro ámbito.

Podríamos elegir uno que tú conozcas, como por ejemplo un diario… pensemos en uno… ¡ya sé! podría ser La Nación, que por escribir allí, es probable que tengas idea de cómo funciona.

Imaginemos un directorio.
Voy a seguir creyendo en la gente.

Voy a seguir creyendo que las cosas que se ponen por escrito fueron puestas porque así piensa su autor y no porque se vende al mejor postor.

Desde hace ya bastante tiempo que me aboco la tarea de cuestionarme lo que pienso y lo que creo.

Me obligo a darme explicaciones y trato con todo lo que puedo de rebatir mis afirmaciones para 1.- Fortalecer mi postura o 2.- Modificarla.

Hojeando online algunos diarios (periódicos) un titular me llamó la atención por la intencionalidad del mismo: “Elogio de una vicepresidencia”, aparecido en La Nación.

Es un editorial elogiando al actual vicepresidente de la Nación, Julio Cobos por haber votado en su carácter de presidente del Senado de la Nación en contra del propio gobierno que él representaba en esa ocasión y por terminar su mandato.

Dice textualmente:

“A partir de su protagónica madrugada, unos lo querían echar de la vicepresidencia, por infiel. Otros querían redoblar su infidelidad y que conspirara para reemplazar a la presidenta antes del final del mandato.

Pero su destino será uno más honroso y republicano que cualquiera de esos: terminará su mandato. Felicitaciones, Julio Cobos.”

Se desprende de lo anteriormente dicho que lo felicita por ser todavía vicepresidente de la Nación.

¿…?

Veamos por qué puede Lucas Llach creer que es honroso que siga siendo vicepresidente y que además merezca una nota elogiándolo.

Ya que según dice su perfil en el diario: “Sus intereses giran en torno a la economía, la historia económica y las políticas públicas. Sobre esos temas enseña en la Universidad Torcuato Di Tella”, le voy a dar una manito desde mi humilde púlpito.

Empecemos con lo básico, que es enfrentarnos a la lógica.

Querido Lucas, cuando se conforma un gobierno, ¿cómo crees tú que se hace?

Hagamos un multiple choice.

a- Escogiendo al azar a los miembros de mi gabinete así como al vicepresidente.

b- Haciendo un sorteo entre los que reúnan los requisitos (edad, nacionalidad, etc) para cubrir un cargo público.

c- Escogiendo a quienees comparten un ideal y una política con quien será presidente.

d- Dejando que otros escojan a quien podría postularse como presidente.

e- Escogiendo a gente con posturas opuestas al candidato a presidente.

Puedes tomarte tu tiempo para pensar la respuesta, pero de todas maneras te adelanto que no son ni las dos primeras ni las dos últimas.

Por lo tanto, cuando un elemento del gobierno -del presidente para abajo- decide ponerse en rebeldía y no acatar los lineamientos políticos que lo llevaron al gobierno, lo que se suele hacer es: o bien se prepara para el despido o presenta su renuncia por no compartir los ideales del gobierno que esta persona conforma junto a otros.

Quizás todo esto te suene muy abtruso, por lo que te propongo un juego: Imaginemos que esto ocurriese en otro ámbito.

Podríamos elegir uno que tú conozcas, como por ejemplo un diario… pensemos en uno… ¡ya sé! podría ser La Nación, que por escribir allí, es probable que tengas idea de cómo funciona.

Imaginemos un directorio.

Ese directorio se aboca a la tarea de elegir un director para la publicación, así como de escoger a alguien que haga las veces de subdirector.

Este diario, que a partir de ahora llamaré directamente La Nación, tiene una línea editorial acorde a la gente que lo ha elegido a la hora de informarse.

Las notas -bien o mal- siguen siendo siempre fieles al estilo de La Nación y a quienes han elegido a esa publicación.

Por razones comerciales o económicas o de cualquier otro tipo, el director se ve obligado a viajar y dejar en su lugar a quien el directorio ha escogido para tal fin.

Una vez sentado el subdirector en el sillón del director (esto es una metáfora, querido Lucas, para mostrar que asume la representación de La Nación), decide que la línea editorial está equivocada, que en sus fueros más íntimos él cree que está equivocada y que debería presentar las noticias como el diario Tiempo Argentino.

Ordena a todos los periodistas, columnistas, editorialistas que escriban no como La Nacioón, sino como Tiempo Argentino y lanza a la calle una tirada de La Nación con ideas exactamente opuestas a las seguidas por el diario.

¿Qué crees tü que pasará, niño Lucas?

Lo voy a decir yo, porque tengo la impresión de que las imágenes que están acudiendo a tu cabecita deben ser terroríficas.

No va a gustar.

Los lectores empezarán a atragantarse con sus cereales, medialunas, tostadas o lo que sea que estén ingiriendo en el desayuno.

Habrá incontables llamados a las distintas empresas de emergencias médicas para atender a muchísimas personas víctimas de ataques cardíacos.

Una cantidad increíble de consultas a centros psiquiátricos para ver cómo puede calmarse a una persona que está en medio de un ataque de furia y locura incontenible.

En el directorio de La Nación, las reacciones serán diversas: unos caerán fulminados por un paro cerebro-cardio-respiratorio; otros buscarán todo tipo de armas o elementos contundentes para ir en pos del subdirector y los más calmados (los menos excitados) llamarán de urgencia a los abogados del diario para ver qué clase de juicios pueden hacerse contra este individuo.

Sé sincero.

¿Realmente crees que habrá alguien (entre los lectores, directivos y accionistas) que considere como valiente al subdirector que actuó de acuerdo a “lo que el creía que estaba bien”?

Déjame decirte que no.

Probablemente lo califiquen como:

1.- Loco.
2.- Traidor.
3.- Idiota útil (útil para los medios de comunicación cuya línea editorial sea la opuesta).
4.- Empleado infiel.
5.- Otros.

Si tú tuvieses una empresa, ¿verías como de valiente la actitud de tu vicepresidente o vicedirector de llevar adelante una política empresarial opuesta a la tuya?

Seguramente no.

Entonces, ¿por qué elogiar la actitud del vicepresidente que hizo lo contrario a lo que se esperaba de él?

¿Por qué resaltar el gesto de traicionar (y aquí no hay otra palabra posible) la confianza puesta en él por la presidenta y sus electores?

Una cosa es estar contento de que a la Sra Presidenta le saliese un grano en mnedio del Senado de la Nación, y otra muy distinta es creer que lo que hizo Cleto es lo correcto, porque ni a vos ni a ninguno de los lectores de La Nación o sus directivos y accionistas se le ocurriría jamás elegirlo para un puesto en el que pueda volver a hacer lo mismo.

A la hora de publicar este post, había 106 comentarios que iban desde el apoyo a Lucas Llach y a Cobos, hasta la más absoluta oposición.

No quise poner esto que he volcado aquí en los comentarios de la naota en La Nación, porque en casa ya tuvimos experiencia con eso de publicar en ese diario en el 2009: “En La Nación no hay libertad de expresión, o de prensa, en este caso, porque es algo publicado”.

Para muestra basta un botón.

La nota en La Nación.
Ese directorio se aboca a la tarea de elegir un director para la publicación, así como de escoger a alguien que haga las veces de subdirector.

Este diario, que a partir de ahora llamaré directamente La Nación, tiene una línea editorial acorde a la gente que lo ha elegido a la hora de informarse.

Las notas -bien o mal- siguen siendo siempre fieles al estilo de La Nación y a quienes han elegido a esa publicación.

Por razones comerciales o económicas o de cualquier otro tipo, el director se ve obligado a viajar y dejar en su lugar a quien el directorio ha escogido para tal fin.

Una vez sentado el subdirector en el sillón del director (esto es una metáfora, querido Lucas, para mostrar que asume la representación de La Nación), decide que la línea editorial está equivocada, que en sus fueros más íntimos él cree que está equivocada y que debería presentar las noticias como el diario Tiempo Argentino.

Ordena a todos los periodistas, columnistas, editorialistas que escriban no como La Nación, sino como Tiempo Argentino y lanza a la calle una tirada de La Nación con ideas exactamente opuestas a las seguidas por el diario.

¿Qué crees tú que pasará, niño Lucas?

Lo voy a decir yo, porque tengo la impresión de que las imágenes que están acudiendo a tu cabecita deben ser terroríficas.

No va a gustar.

Los lectores empezarán a atragantarse con sus cereales, medialunas, tostadas o lo que sea que estén ingiriendo en el desayuno.

Habrá incontables llamados a las distintas empresas de emergencias médicas para atender a muchísimas personas víctimas de ataques cardíacos.

Una cantidad increíble de consultas a centros psiquiátricos para ver cómo puede calmarse a una persona que está en medio de un ataque de furia y locura incontenible.

En el directorio de La Nación, las reacciones serán diversas: unos caerán fulminados por un paro cerebro-cardio-respiratorio; otros buscarán todo tipo de armas o elementos contundentes para ir en pos del subdirector y los más calmados (los menos excitados) llamarán de urgencia a los abogados del diario para ver qué clase de juicios pueden hacerse contra este individuo.

Sé sincero.

¿Realmente crees que habrá alguien (entre los lectores, directivos y accionistas) que considere como valiente al subdirector que actuó de acuerdo a «lo que él creía que estaba bien»?

Déjame decirte que no.

Probablemente lo califiquen como:

1.- Loco.
2.- Traidor.
3.- Idiota útil (útil para los medios de comunicación cuya línea editorial sea la opuesta).
4.- Empleado infiel.
5.- Otros.

Si tú tuvieses una empresa, ¿verías como de valiente la actitud de tu vicepresidente o vicedirector de llevar adelante una política empresarial opuesta a la tuya?

Seguramente no.

Entonces, ¿por qué elogiar la actitud del vicepresidente que hizo lo contrario a lo que se esperaba de él?

¿Por qué resaltar el gesto de traicionar (y aquí no hay otra palabra posible) la confianza puesta en él por la presidenta y sus electores?

Una cosa es estar contento de que a la Sra Presidenta le saliese un grano en medio del Senado de la Nación, y otra muy distinta es creer que lo que hizo Cleto es lo correcto, porque ni a vos ni a ninguno de los lectores de La Nación o sus directivos y accionistas se le ocurriría jamás elegirlo para un puesto en el que pueda volver a hacer lo mismo.

A la hora de publicar este post, había 106 comentarios que iban desde el apoyo a Lucas Llach y a Cobos, hasta la más absoluta oposición.

No quise poner esto que he volcado aquí en los comentarios de la nota en La Nación, porque en casa ya tuvimos experiencia con eso de publicar en ese diario en el 2009: «En La Nación no hay libertad de expresión, o de prensa, en este caso, porque es algo publicado».

Para muestra basta un botón.

La nota en La Nación.

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