Devolviendo…

¿Se puede ser verdaderamente honesto?

Japón es un país con una cultura extraña para nosotros los occidentales. Aunque mirándolo bien, quizás la diferencia radique en que Europa y América tienen actualmente las mismas raíces culturales. Los habitantes de Europa, se expandieron y llevaron sus costumbres a donde fueron; algunas veces, estos hábitos sedujeron a los locales, y en otros casos, eliminaron por la fuerza esas costumbres locales e inclusive a sus habitantes.

África y Asia, lugares menos «invadidos» por la cultura y la presencia de los europeos, conservan tradiciones ancestrales.

Pero volviendo al tema principal, creo que no tengo definido qué es «honestidad».

Según el Diccionario de la Real Academia Española:

Del lat. honestitas, -atis.
1. f. Cualidad de honesto.
pública honestidad.
1. Impedimento canónico dirimente, derivado de matrimonio no válido o de concubinato público y notorio, que se equipara a la afinidad; pero solo comprende los dos primeros grados de la línea recta. ¿…?

Del lat. honestus.
1. adj. Decente o decoroso.
2. Recatado, pudoroso.
3. Razonable, justo.
4. Probo, recto, honrado.
5. V. estado honesto.

Del lat. probus.
1. adj. Que tiene probidad.

Del lat. probitas, -atis.
1. f. honradez.

Luego de unas cuantas vueltas, llegamos a la conclusión de que ser honesto es ser honrado. Parece sencillo. Por supuesto que no voy a seguir ahondando y tratar de definir lingüísticamente qué es ser honrado. Me parece que todos tenemos una idea bastante clara de qué es.

Ahora bien, el hecho de que los japoneses devuelvan todo lo que encuentren, ¿los convierte en honrados?

¿Lo harán como un hábito, sin tener una clara conciencia de qué hacen y por qué?

Quizás en la antigüedad ante la pobreza de los otros, se actuaba con verdadera honradez, ya que – por ejemplo – encontrar un paraguas podía significar que la familia tuviera dos, y con ello mejorar la calidad de vida.

El hecho de que una familia pasara a tener dos, significaba que otra quedaba a merced de la lluvia.

Puede devolverse el paraguas por dos razones: la primera es que consideren que no es justo quedarse con un beneficio extra a costas del padecimiento de otros. La segunda es ponerse en el lugar del que lo ha perdido, y pensar en lo feliz que se estaría si quien lo encontrase nos lo devolviera.

Actualmente, creo que existen dos clases de «devolvedores»: los que lo hacen porque consideran que así es como hay que actuar, y que una vez devuelto se olvidan del tema, y los que como en el caso del dinero, luego de transcurridos seis meses van a ver si alguien lo reclamó, para que en el caso de que no aparezca su dueño, quedárselo.

Éstos últimos, lo hacen – desde mi punto de vista – honestamente, ya que sí están interesados en lo que han hallado, y sin embargo, lo devuelven.

En nuestra occidental cultura, algo así es prácticamente impensable. Si lo encontré, es mío.

Quizás somos tan diferentes debido a la expansión de nuestros antepasados. Si hubiésemos sido como los japoneses, que se encerraron en su país y su cultura, quizás nos veríamos a nosotros mismos como integrantes de un mismo grupo, y como tal, querríamos mantenernos unidos para poder convivir y sobrevivir.

Recuerdo ahora a mi profesor de Educación Cívica de cuarto año cuando una vez nos dijo que lo ideal sería que cada cosa que se encontrase en la calle, se fuera a devolver a la comisaría, y que cuando perdiésemos algo fuéramos allí a buscarlo.

Recuerdo las risas que provocó «semejante idea». Seguramente cuando termines de leer la nota que sigue a continuación y de donde saqué esta idea, vas a – por lo menos – sonreír.

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Japón, el paraíso de la honestidad, suple ILH N3298
Viernes, 13 de Febrero de 2004

Una costumbre milenaria
Japón, el paraíso de la honestidad

Devolver dinero extraviado en la calle es un hábito nacional

TOKIO.- Quizás en otras partes del mundo un reluciente teléfono celular olvidado en el asiento trasero de un taxi, o un paraguas anónimo apoyado contra la puerta de un subterráneo, o un fajo de billetes que se le cayó a alguien en la vereda podrían ser dados por perdidos para siempre por sus respectivos dueños, resignados a los códigos implacables de las grandes ciudades.

Pero en Tokio, ciudad en la que viven 41 millones de personas, incluidos los habitantes del área metropolitana, es muy probable que esos objetos extraviados, al igual que muchos otros, sean entregados en el llamado Centro de Objetos Perdidos o en el Departamento de Objetos Encontrados de la Policía Metropolitana.

En un depósito de cuatro pisos, cientos de miles de objetos perdidos son minuciosamente catalogados según la fecha y el lugar en el que fueron hallados, y la información es ingresada en una base de datos. En todo Japón existen centros más pequeños de objetos extraviados y encontrados, un sistema de 1300 años de antigüedad que durante mucho tiempo precedió la unificación japonesa como nación y su urbanización. En los últimos años el sistema sobrevivió una recesión económica que provocó una proliferación general de delitos.

En 2002 la gente encontró y entregó en el Centro de Objetos Perdidos de Tokio unos 23 millones de dólares en efectivo, de los cuales el 72 por ciento fue devuelto a sus dueños después de que éstos convencieron a la policía de que era suyo. El 19 por ciento de ese dinero volvió a manos de quienes lo habían encontrado una vez transcurridos seis meses sin que nadie lo hubiera reclamado.

Si el dueño original no aparece después de ese lapso, quien haya encontrado el objeto o el dinero puede reclamarlo. Sin embargo, casi todos los que encuentran cosas ni se molestan en pedirlas luego. Los objetos y el dinero suelen terminar en las arcas del gobierno municipal.

Hitomi Sasaki, de 24 años, encontró 250 dólares en una bandeja debajo de una maceta, frente al restaurante donde trabaja. «Siempre devuelvo lo que encuentro, incluso carteras y bolsos», comentó Sasaki, que había llegado al centro para reclamar el dinero después de esperar medio año.

«Imagino el problema que debe ser para una persona que pierde dinero o una cartera. Solía vivir en Chicago, de modo que puedo decir que esto es maravilloso. Hoy vi en el Centro de Objetos Perdidos a una mujer que fue a retirar un paraguas. Esto es algo casi imposible de imaginar en otras grandes ciudades del mundo», se alegró.

Desde niños

A los japoneses se les enseña desde niños a entregar a la policía cualquier cosa que encuentren en su vecindario. De modo que la mayoría de las 200 a 300 personas que llegan al Centro cada día dan por sentado el funcionamiento del sistema.

Tatsuya Kozu, de 27 años, lo confirma: acababa de recuperar una billetera de cuero con sus tarjetas de crédito. «Estoy contento. Sencillamente vine aquí a retirarla», expresó.

Los estantes del Centro de Objetos perdidos están repletos de bolsas con objetos tan cotidianos como llaveros, anteojos, billeteras, teléfonos celulares y carteras. Pero también se pueden encontrar un casco de ciclista y un caballito de juguete que revelan el descuido de un niño. O pares de esquíes y bolsas para palos de golf, ejemplos de una afición abandonada, y cintas de bodas no reclamadas que acaso hablan del fin de algo más importante.

La existencia de las sillas de ruedas y las muletas es más difícil de explicar, aunque Nobuo Hasuda, de 54 años, e Hitoshi Shitara, de 47, veteranos funcionarios administrativos del sistema, tienen bien ensayadas las respuestas. «Me pregunto qué les habrá sucedido a los dueños», señala Shitara. Hasuda agrega sonriente: «Si ya no las necesitan porque se sanaron, ¡mejor!»

Uno de los pisos es un mar de paraguas, el objeto perdido más frecuentemente – 330.000 en 2002, o 3200 por cada lluvia torrencial – y, con un índice del 0,3 por ciento, el menos reclamado. Ese bajo índice muestra la rapidez con la que Japón se enriqueció durante el transcurso de unas pocas generaciones. «En el pasado, una persona apenas si tenía un paraguas, o una familia debía compartirlo. El padre recriminaba a quien lo perdiera», explica Shitara.

Pero el objeto más devuelto – 75 por ciento – es el teléfono celular, que desde hace tres años abunda en el Centro de Objetos Perdidos. Los dueños habitualmente llaman a su propio número o bien el centro los rastreo a través de su número de abonado y les envía una tarjeta de notificación.

Por Norimitsu Onishi
The New York Times

http://www.lanacion.com.ar/04/02/08/dx_571439.asp
LA NACION | 08.02.2004 | Página 00 | Exterior

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Un comentario en «Devolviendo…»

  1. Hola simplemente te escribo para saber si habías sido compañero mio de facultad de la Univ. Nac. de Lomas de Zamora? hace un par de años atras terminé y casualmente tu nombre me suena conocido, si no es así bueno me habré equivocado.
    Gracias por tu tiempo, saludos.

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